13 de octubre de 2013
Hace dos días me enteraba de una noticia sobrecogedora: moría Manuel García Maya, Manolo. A muchos quizá les suene más el nombre de Bonanza, el bar que regentaba. Cuántas horas pasadas allí. Hace sólo unos meses se sentaba junto a mi en una mesa, en su bar, y mirando la fotografía en la que salimos juntos, y que luce junto a la eterna cafetera, me decía: cómo pasa el tiempo. Estuvimos echando cuentas, y no supimos calcular el tiempo que esa imagen llevaba allí colgada: 5 ó 6 años. Qué más da, el tiempo sigue pasando. Y tú, amigo Manolo, has decidido coger otro tren y apartarte del camino de este tiempo, para seguir el tuyo. Siempre tan genial.
Unos te conocieron por tus famosos combinados; otros, por esos bocadillos tan ricos de longaniza; la mayoría, por tus chistes. Pero eras mucho más. El Bonanza no era un bar cualquiera, tampoco era un sitio raro, diferente, ni anticuado. El Bonanza, como Manolo, era bohemio, un lugar bohemio, ese rinconcito perdido en el centro de la bulliciosa ciudad donde todo lo importante era efímero, y lo efímero, cobraba importancia.
Los cuadros, los versos, la decoración. Cuántas noches, cuántas risas, cuántos amigos. Aquellas fiestas del Pilar con la banda del Canal tocando dentro. Aquellas voluptuosidades opulentas que colgaban del corcho detrás de la barra. Aquél señor con bigote. Aquel rincón.
Tantos recuerdos en tan poco espacio que es difícil enumerarlos. Y las personas que allí iban, aquellos jueves en los que por un momento uno parecía retornas a los tiempos de la república. Esos días tan bohemios. Y cuántas horas también en tu compañía, esperando, o haciendo esperar, qué más da. Cualquier excusa era buena para pasar por el Bonanza. Y lo seguirá siendo.
Hasta siempre, amigo.
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