El silo de Las Pedrosas: cuando el consenso se descarta sin alternativas claras
El silo de Las Pedrosas no es solo un edificio. Es parte de la historia reciente del pueblo y un ejemplo de patrimonio industrial ligado a la agricultura y a la vida económica y social de varias generaciones. Por eso, cualquier decisión sobre su futuro debería tomarse con cuidado, con transparencia y, sobre todo, contando con la gente.
Hace un tiempo se trabajó en un proyecto ambicioso para el silo. No fue una idea improvisada ni personal. Se realizaron reuniones, se recogieron aportaciones de vecinos y se buscó un enfoque que diera al edificio un uso útil para el pueblo, respetando su valor patrimonial y aprovechando la maquinaria existente, que forma parte inseparable del conjunto. Ese proyecto generó consenso y marcó una línea clara sobre qué se quería hacer y cómo.
Con el tiempo, ese proyecto ha sido cuestionado. Desde el Ayuntamiento se ha señalado que se trata de una propuesta “cara” o difícil de asumir económicamente. Sin embargo, no se ha presentado un análisis detallado que lo justifique, ni se ha comparado su coste con otras actuaciones que sí se están planteando, como el desmontaje de maquinaria o intervenciones parciales sin un destino definido. Cuestionar un proyecto por su coste es legítimo; hacerlo sin alternativas claras ni cifras sobre la mesa no lo es tanto.
Más allá del argumento económico, lo preocupante es que el proyecto se ha descartado sin un nuevo proceso de participación. No se ha vuelto a convocar a los vecinos para replantear el uso del silo, ajustar el alcance del proyecto o buscar fases asumibles. Simplemente, se ha pasado de un plan consensuado a un escenario de indefinición, en el que se habla de posibles usos futuros, alquileres o ideas aún por concretar.
En este contexto, se están tomando decisiones que van en sentido contrario a la conservación del patrimonio industrial, como el desmontaje de parte de la maquinaria interior. Estas actuaciones no solo suponen la pérdida de elementos con valor histórico y simbólico, sino también un gasto económico que resulta difícil de entender cuando, al mismo tiempo, se argumenta que el proyecto original era demasiado caro.
En varias ocasiones he manifestado públicamente mi desacuerdo con este enfoque y he pedido explicaciones claras sobre cuál es el plan real para el silo. A día de hoy, esas explicaciones no han llegado. Defender el proyecto trabajado con los vecinos no es una cuestión de capricho ni de nostalgia; es una cuestión de respeto al trabajo colectivo ya realizado y de coherencia en la gestión de los recursos públicos.
El debate no debería ser si el silo “gusta más o menos” a quien gobierna en cada momento. Debería ser cómo aprovechar un bien común de forma responsable, transparente y consensuada. Si el proyecto original no es viable, lo razonable sería explicarlo con datos, abrir de nuevo el diálogo y buscar alternativas junto a los vecinos, no actuar de espaldas al pueblo ni deshacer lo que ya estaba pensado.
El silo de Las Pedrosas merece un plan claro, realista y compartido. Recuperar la transparencia y la participación no es un obstáculo: es la única forma de convertir este edificio en una oportunidad y no en una fuente de conflicto y gasto innecesario.





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