Esa sensación de sentirte como un gilipollas al ser cliente del Banco Santander
Pues sí, así es como me siento, como un gilipollas. Antes de herir sensibilidades vaya este apunte por delante:
gilipollas
1. adj. malson. Esp. Necio o estúpido.
Apl. a pers., u. t. c. s.
Hace unos años abrí una cuenta en Ibanesto, una cuenta azul, para más señas. De aquella que exprimía naranjas y sacaba zumo azul, en referencia a su claro competidor. La cuenta, dentro de las limitaciones carcas del Grupo Santander, no tenía comisiones y era remunerada.
Pasaron los años y el Banco Santander decidió que Banesto debía pasar al recuerdo, así que liquidaron la entidad, y mi maravillosa cuenta azul mutó en una suerte de cuenta roja, y aplicando la originalidad y pericia de gente con más imaginación que la tuya y que la mía, mi cuenta pasó a ser de Isantander. Maravilloso, todo seguía igual: sin comisiones y remunerada.
Y siguió pasando el tiempo, y fueron bajando los intereses, y mi dinero se fue esfumando a otras cuentas que daban un poco menos de pena. Y esta cuenta mutó, a otro tipo de cuenta que nunca supe qué era, porque nuevamente alguien decidió que era hora de matar el resquicio que quedaba de Ibanesto, y ya tocaba cargarse esa I, y pasar directamente a Santander. Así que tenía una cuenta del Banco Santander, sin comisiones, y, aunque poco, remunerada. Toda una maravilla, algo increíble, utópico más bien.
Y pasaron unos meses, y gracias a Fintonic, un día me entero de que mi cuenta mutante había pasado a ser una cuenta estándar: miedo. Sí, mucho miedo, porque de todos son sabidas las comisiones que cobra este banco por tener una cuenta. Y mi miedo fue real: mi cuenta pasó, sin comerlo ni beberlo, de ser una cuenta sin comisiones, y ya a estas alturas sin remuneración, a tener una comisión de mantenimiento de 25 euros al trimestre. Aquí empezaron los síntomas de ser un gilipollas.
Y antes de que pudiera reaccionar… ¡zas! 24 euros descontados en concepto de mantenimiento de mi cuenta. Mi cuenta, que agonizaba ya con 70 euros, supervivientes de tiempos mejores, había perdido más de un tercio de su valor. Ante esta tesitura, siendo que mi entidad ya no existía, que no sabía ni la cuenta que tenía, y que mis síntomas de gilipollas iban en aumento, me fui a una sucursal del Santander.
Y aquí topamos con una de las cosas que jamás entenderé de las entidades bancarias: ¿es de esta oficina? No, caballero, no sé ni de dónde es, porque es de una bonita entidad que ustedes mataron. Así que me la dejaron a cero, y me dieron un número de teléfono, afortunadamente fijo, nada de 902, para llamar. Y llamé, y no era ese número, y me dieron otro. Y llamé, y allí no había posibilidad de cancelar. Pero aún me quedaba una baza: el canal online. Esa página cutre, cuyas claves guardaba en un rincón de mi memoria, fea, y mal estructurada. Y también contaba con algo infalible: los mensajes en los foros de otras personas de bien que también tenían esa sensación de gilipollas como yo, y las instrucciones para cancelar. Dicho y hecho, envié un mensaje, y la misma mañana me contestaron: tenía que ir a ingresar dinero para cancelar mi cuenta.
Así que eso he hecho, he ido con el correo en la mano a ingresar la penitencia por llorar a aquel zumo azul de naranja, y como había mucha gente, no me han atendido en la ventanilla. Mi tiempo, como pasó con La Caixa en su día, vale una mierda para el Santander, y a mi me cuesta más de 30 euros de mi bolsillo. Al final una moza muy amable me atiende, llama, envía un correo, y me manda a casa: ya me llamarán.
Y me ha llamado, más perpleja ella que yo por la rapidez con que se lo han dicho, porque además el tiempo pasa, y mi liquidación aumenta, y con ella el beneficio del Banco y la pobreza de los españoles, como suele pasar. Al final 8,45 euros, que he ingresado debidamente para que me la cancelen, y ya veremos lo que pasa.
Total, que el ingenioso invento del Banco Santander les ha hecho ganar 32 euros sin moverse del sillón. No sé cuánto me pagaron de intereses en su día con Ibanesto, pero claramente han recuperado una parte sin mucho esfuerzo. Y yo, como todos, a callar y aguantar, porque las leyes y los gobiernos defienden a los fuertes, y a los demás que nos den. Cuando desaparezca el euro y volvamos a comerciar con gallinas no me gustaría ser un banco, la verdad.
Así que gracias, Banco Santander, por hacerme sentir como un gilipollas. Un abrazo.
Información Bitacoras.com
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