Horas de tren
Voy en un ten cruzando la meseta en pleno temporal por una vía por la que nunca antes había viajado. Desde Zaragoza, como fiel guardián, el Ebro me acompaña encauzando sus desbocadas aguas, que inundando campos, viñas y caminos, permanecen respetuosas a unos pocos metros de la vía.
El río sabe marcar lo que es suyo, y respetar lo que no lo es, y es algo que periódicamente nos deja claro con sus toques de atención.
Los árboles que en verano dan sombra con su frondoso follaje a las secas riveras estivales, acarician ahora con sus ramas desnudas, atreviéndose a sumergir a veces sus troncos, en las frías y revueltas aguas, que el temporal borrascoso precipita sobre la tierra y el Padre Ebro recoge sosegadamente en su seno para llevarlas al mar.
Y dentro mientras la naturaleza y el frío invierno continúan, la vida dentro del vagón transcurre ajena a los fenómenos meteorológicos y a los retrasos que acumulamos. Tengo sospechas de que más reduce nuestra velocidad el cierzo que el frío o la nieve, pero sólo son conjeturas.
Detrás de mi, Luis y Javier hablan de la vida, ajenos a que sus palabras además de sonar en el vagón, a saldrán de él en estas líneas. Llamadme cotilla, pero tan libre es el aire como el sonido, y tan ciertos, sencillos y nobles sus pensamientos como el tuyo o el mío.
Luis, de Barcelona, constructor, 42 años; Javier, de Los Fallos, vendedor de obras de arte, ocasionalmente coleccionista, de 66. Cuentan sus batallas, su vida, sus cosas. Uno no entiende lo que ve el otro de interesante en lo que hace, pero es tan interesante su mutua incomprensión que ambos divagan sobre mil temas. 24 años les separan, y en cambio sus dos vidas son tan remotamente parecidas que me encandilan en su conversación. ¿Su juventud? El seminario.
La cocina, los cuadros, los viajes, el trabajo, la economía, los hijos. Hasta Logroño sus sinceras palabras y sanos pensamientos rellenan el vacío silencio del vagón, sólo roto levemente por los acordes que Paco de Lucía emana con sus eternas y prodigiosas manos desde los auriculares de quienes ven la televisión del tren.
Y al final la nieve, el río, el frío y Paco de Lucía concluyen: «levántate cada mañana, llora lo que tengas que llorar, rompe tu llanto, pero mírate al espejo y di a ti mismo lo guapo que eres y cuánto vales, porque nadie te lo va a decir, y porque sólo las personas con buena autoestima tiran pa’lante».
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