Graciosos que se divierten jorobando al prójimo
Hay personas que tienen una afición muy peculiar: divertirse y pasar el tiempo fastidiando al resto. Son aquellos que hacen cosas sólo por hacer la gracia, y que lo único que causan es un daño económico, y puede que emocional, al resto de los mortales. Entre sus aficiones, por ejemplo, están las de rayar coches, pintar persianas de locales, robar alguna pieza de bicicletas aparcadas en las calles, romper retrovisores, robar las antenas de los coches, quemar contenedores, etc.
Ya al poco de estrenar mi coche, uno de estos personajes me dejó su huella en el capó, bien profunda y bien hecha, para que la única solución fuera pintar toda la pieza entera. El pasado lunes, de nuevo, uno de estos seres tuvo otra ocurrencia: arrancarme el espejo del retrovisor derecho.
Las causas de que esta gente hagan estas cosas están más o menos claras:
- Falta de seguridad en la calle: mi coche estaba aparcado enfrente de la puerta del juzgado de guardia, pero aún así, seguramente le costó menos de un minuto hacer la gracia sin que nadie lo viera. Si la policía en vez de patrullar en coche fuesen andando, quizá lo hubieran visto, porque ese retrovisor caía a la acera. Si vas en coche, es complicado. Pero bueno, esto tampoco es culpa de los agentes, si no de la cuadrilla que los organiza, y que pierde más tiempo en rellenar estadísticas y ponerse medallas que en intentar que se cumpla el objetivo de su administración, y ya de paso, que se achaquen los problemas a los de abajo, como siempre.
- Por otro lado, hay otra causa fundamental: educación. Sin educación, pasa esto. Y quizá la educación englobe también las «dos hostias a tiempo», tan mal vistas hoy en día. Seguramente si más de uno de estos graciosos hubiese tenido que pasar por la mili, se le hubiesen quitado las ganas de hacer estas tonterías.
Y las consecuencias, la consecuencia, está aún más clara que las causas: el ciudadano de a pie, tú y yo, nos tenemos que fastidiar y pagar de nuestro bolsillo las gracias de los susodichos. Y encima aguantar el cabreo, y quedarte contento porque podría haber sido peor, vaya consuelo.
Por mi parte, ya he hecho todo lo que he podido, es decir, mentar a la familia del gracioso de turno durante varias horas seguidas para producir el estallido de sus oídos, e interponer la correspondiente denuncia. Ya lo dije en la otra ocasión, y lo vuelvo a repetir: hay que denunciar. Evidentemente no van a encontrar al culpable, pero al menos, que sepan que hay algún gracioso que va haciendo de las suyas. La denuncia no debe verse como un elemento meramente judicial, es simplemente una forma de poner en conocimiento de la autoridad lo que está ocurriendo, y para ello no vale con quedar a tomar un café con el sargento de turno y contarle que te han robado las macetas, lo que hay que hacer es ir al cuartel o comisaría y poner la denuncia, así esos señores que están por arriba, quizá aterricen en el suelo cuando sus fabulosas estadísticas que muestran balsas de aceite, empiecen a mostrar auténticos infiernos.
Un saludo.
Información Bitacoras.com
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