Crisis ética y falta de valores
No cabe duda de que el progreso nos ha traído muchas cosas buenas a nuestras vidas, comodidades que parecían un sueño ahora son una realidad que incluso forma parte de la rutina, y sin las que ya no sabríamos vivir. Por desgracia, no todo son bondades cuando hablamos de progresar: todo avance conlleva algo negativo. Este progreso y estas comodidades nos han conducido, poco a poco, a una indiferencia hacia los demás que por desgracia, hace unos pocos años, también parecía irreal.
Poco a poco hemos ido descuidando la educación, base social y pilar fundamental de nuestra especie, parapetado tras decenas de chismes diabólicos y palabras pomposas, y esto poco a poco está dejando ver la cara más terrible de la especie humana, tan terrible que cualquier persona que aún tuviera algo de razón o cordura saldría despavorida al verla.
Pero vayamos a hechos concretos para ver a lo que me refiero. El pasado sábado, 6 de abril, volví de un largo viaje a las 11 de la noche, hacía frío (unos 4ºC) y soplaba un ligero cierzo que aumentaba la sensación de frialdad. Hace ya unas semanas, a los habituales rumanos del Mercadona de la zona donde vivo se les sumó otro compatriota que tocaba la acordeón. No se meten con nadie, simplemente están ahí, y si alguien les echa la calderilla que llevan en los bolsillos, se lo agradecen con una sonrisa. Como curiosidad, decir que el señor de la acordeón se gana el jornal sentado en la entrada de la que hasta hace unos meses fuese una oficina bancaria, hoy ya cerrada «por reestructuración».
El caso es que con las condiciones climáticas que he dicho, sin apenas luz, el señor de la acordeón estaba tirado junto a una caseta de la ONCE, con sus pocos enseres, entre los que estaba su acordeón, sobre un banco cercano y una herida sangrante en la cabeza.
Antes de que yo llegara a verlo, pasaron al menos 5 peatones, algunos miraron, vieron y se fueron, a lo César cobarde; otros simplemente siguieron absortos en su caminar sonámbulo. Yo no lo dude: me acerqué a verlo. La persona que me acompañaba le habló y el músico contestó entre murmuros, al menos respondía. Vista la situación no dudé ni un momento en llamar al 092 para advertir de la situación.
A los 10 minutos escasos una patrulla de la Policía Local llegaba al lugar para ver la situación de ese hombre, y a los 5 minutos de llegar la Policía, recibí una llamada del 061 para preguntarme la situación y decirme que mandaban inmediatamente una ambulancia. Dicho y hecho, no pasaron ni 5 minutos desde la llamada del 061 y la ambulancia ya estaba recogiéndolo.
Resulta curioso, las dos personas con las que hablé me agradecieron la llamada (el policía y la chica del 061), pero no merezco que me den las gracias por cumplir con mi labor de ser humano, más bien habría que tomar serias medidas sobre quien no llamo.
En el tiempo que tardó en llegar la Policía, más peatones pasaron, vieron, algunos incluso asomándose encima de la víctima de Dionisio (o algún otro paisano de altura), y continuaron su rumbo. Por momentos sentí vergüenza de que fueran mis semejantes, y lo único que pude pensar es que espero no verme nunca en una situación así y ser víctima de esta indiferencia que nos abruma, y llegado el momento, al menos que pase alguna persona entre tantos ríos de gente y se comporte como tal.
No sé al resto, pero a mí de pequeño me dijeron mil veces que había que ayudar a los demás, y esto no consiste sólo en ceder el sitio en el autobús o en indicar dónde está una calle: hay que ayudar cuando se ve a alguien necesitado de verdad. Puede que sea una de las pocas cosas útiles que nos enseñaban en catequesis: ayuda al prójimo. Quizás sea hora de abandonar la realidad virtual en la que nos hemos vivido y empezar a mirar a nuestro alrededor y a arreglar un poco nuestro entorno, ganaremos todos.
De cualquier modo, visto lo visto, y sabiendo que encima es una situación muy común, me surgen muchas dudas existenciales. ¿Qué hemos hecho mal? ¿Dónde hemos perdido el norte? ¿Cómo hemos llegado a esto? Que cada cual haga, si quiere, su propio debate, y si estima conveniente compartir sus conclusiones, aquí dejo una puerta abierta.
Un saludo.
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