Que haya un árbol de navidad puesto por el Ayuntamiento, enchufado a la luz pública, desde por lo menos el 7 de diciembre, día y noche, y siga encendido porque se preocuparon de encenderlo para la foto, pero no para quitarlo. Pero luego no hay dinero.
Está pasando, entre otras muchas cosas, en Las Pedrosas.
irascible Del lat. irascibĭlis. 1.adj. Propenso a la ira.
Desde la pandemia, el mundo está cada vez más poblado de personas irascibles. Aquellos que de alguna forma sacan lo peor de su ser, y por no poder resolver sus problemas consigo mismos, estallan en brotes de ira contra algo, o lo que es peor, contra alguien, sólo por el mero hecho de mitigar así sus carencias.
Esto lo vemos cada día en los autobuses, tranvías, en la calle, en el supermercado… No sé por qué, pero cuando se decía que la pandemia nos iba a volver mejores personas, desde luego nos equivocamos totalmente: nos ha vuelto mucho peores, sobretodo en el aspecto social.
O al menos esta es mi percepción, que no quiere decir que sea la realidad ni mucho menos, pero cada vez que sale el tema en alguna conversación parece ser que es un pensamiento que no sólo tengo yo.
A lo largo de los años el ser humano ha utilizado los materiales que tenía a mano para construir su mundo. Así, en el medio rural, en los lugares donde la abundancia de piedras era manifiesta, muchas construcciones y elementos se hacían con este material.
Esto nos lleva a las carreteras que se hicieron en las décadas de los años 20 y 30 en nuestro país. En mi pueblo, Las Pedrosas, hubo dos: la de Zuera a Murillo de Gállego (actual A-124), y la de Las Pedrosas a Piedratajada. Ambas carreteras cruzan el cauce del que conocemos como «Barranco del Pueblo», cuyo puente, en la carretera de Piedratajada, ya recibió un post (link aquí) cuando se decidió que debía sucumbir a los adelantos de la vida moderna, es decir, a las prisas.
Las piedras que flanqueaban estos puentes, eran unos bloques de considerable dimensión, que fueron derribados y destruidos casi en su totalidad, porque estorbaban. Unos pocos los pudimos salvar con el tractor pala, y el trabajo de mi padre y de mi tío abuelo, y con paciencia y esfuerzo los dejaron a buen recaudo.
Transcurrieron los años, y decidimos usarlos para poder sentarnos en la sombra de los árboles de la era. Al poco, una nueva calle se abría camino en Las Pedrosas: un camino tortuoso que llevaba al barranco, pasaba a comunicar, mediante una pasarela, los chalets de nueva construcción del otro lado del barranco con el casco urbano. Fue entonces cuando la alcaldesa al frente del ayuntamiento de Las Pedrosas nos pidió permiso para coger uno de los bloques que habíamos salvado de la destrucción, y colocarlo a mitad del recorrido de la nueva calle, para descanso de los peatones.
La idea nos pareció fabulosa y allí fue el bloque de piedra. Durante todos estos años, aproximadamente 13, el bloque de piedra ha servido como banco, hasta fechas actuales, en las que alguien del actual ayuntamiento ha decidido que aquel bloque de piedra, de piedra del terreno, que ha visto discurrir a tantos y tantos pedrosanos por la carretera primero, y por la calle después, debía ser sustituido por un banco de madera, el cual fue colocado delante del bloque.
No siendo suficiente esto, ha habido ya un intento de quitar el bloque, y sólo puede quitarse de una forma: mediante su completa destrucción.
Vaya así hoy, desde aquí, mi más clara protesta para que esto no suceda, porque tenemos que salvar ese pedacito de historia, haciendo ver a quien lo desprecia, que esa piedra es un trozo vivo de Las Pedrosas.
Hace ya unos años, escudriñando en las estanterías de la casa del pueblo, encontré, entre muchos libros, un pequeño librito que llamó mi atención. Lo firmaba ni más ni menos que Ramón J. Sender, y su título me era conocido por haberlo estudiado en aquellas pinceladas que se daban en bachiller, cuando ya la literatura había pasado a un plano casi testimonial por no ser importante para la selectividad (actual EVAU).
Un libro que pese a datar de 1953, retrata con fidelidad la realidad que aún hoy nos podemos volver a encontrar en la vida cotidiana.
Esa obligación que se nos quiere imponer en muchas ocasiones de resignación, de humildad, de tener que poner la otra mejilla cuando todo va bien, porque si no, nos puede pasar como a Paco: que maten nuestros ideales y nuestra lucha por prosperar.
Una lectura cómoda y rápida para este verano, que no te dejará indiferente, así que si tienes un rato en estas calurosas tardes que van a llegar, te la recomiendo de verdad, aún a pesar de la dureza en la descripción de los hechos de alguno de sus pasajes, dureza que no es más que el reflejo de la dureza de la propia vida en algunas ocasiones.
Comentarios recientes