Perros sueltos por la calle, vacaciones, pueblos y educación
El título de esta entrada resume a grandes rasgos su contenido, y enumera los ingredientes de esta receta que podemos degustar si tenemos por costumbre ir de vacaciones a los pueblos de nuestra geografía.
Seguramente, si has ido a un pueblo, habrás podido comprobar que los visitantes, por norma general, relajan de forma notable la educación presente en su conducta más o menos cívica. Esto se puede comprobar en numerosos aspectos del día a día, pero sobre todo hay uno en el que es muy palpable: los perros y sus dueños. Y es que parece que los pueblos sean paréntesis legales donde las normas básicas no haya que aplicarlas porque se está de vacaciones, y claro, como la mascota también tiene derecho a ir de vacaciones, pues la dejamos suelta, que corra libre como el viento.
Esto está muy bien para el perro pero presenta dos problemas bastante serios para sus dueños: por una parte, demuestra falta de educación; por otra, da pie a comprobar su hipocresía, en forma de demostración de cómo de gilipollas puede ser el dueño del can.
Y para dar unas pinceladas y que puedas hacerte una idea concreta de lo que estoy exponiendo, voy a contar mi experiencia personal, vivida hace dos días, en el pueblo de mi padre.
Eran ya las 7 de la tarde, el día se acercaba a su fin, el calor remitía y apetecía dar una vuelta por el pueblo, así que cogí a Maya, con su correa enganchada al cuello, y nos fuimos a dar una vuelta. Desde luego que ella hubiera disfrutado más yendo con su melena al viento olisqueando los variados perfúmenes de la calle, y yo más tranquilo sin aguantar sus constantes tirones para oler aquí y allá, pero soy consciente de que hay más personas a las que puede molestar eso, y que hay peligros para mi perro, como coches que aparecen de pronto, y que pueden hacer que un maravilloso paseo en una tarde primaveral acabe en desgracia.
La cuestión es que cuando ya estábamos volviendo a casa, hubo dos ocasiones que no son más que el plato resultante de la receta hecha con los ingredientes del título que nos ocupa.
La primera, cuando tres perros se nos echaron encima, mientras sus dueños, en la lejanía, cómodamente sentados en sus tumbonas, les decían un sutil «venid, venid». Maya no es una perra agresiva, y al ver el percal, agachó la cabeza y se fue, pero los perros nos seguían, así que les tuve que echar un grito ante la pasividad de sus dueños. Al oír el grito se pararon y al momento volvieron, fue ahí cuando ya me tuve que volver y soltarles otro berrido, entonces se volvieron. Si en ese momento ante la insistencia de los tres cánidos hubiese optado por emprenderla a correazos con ellos, seguro que el imbécil del dueño hubiese venido a recriminar mi actitud, this is Spartain.
A los dos minutos, cuando pensaba que ya no iba a pasar nada más, el universo, en un alarde de generosidad, me recordó dos cosas afines a la naturaleza humana: me volvía a equivocar por depositar demasiada confianza en nuestra bípeda especie, y hay mucho gilipollas suelto.
Ante mi apareció la familia feliz: matrimonio, dos niños sueltos en bicicleta, y su perro suelto. La reacción de la madre al verme llegar con Maya y ver que su manada de animales salvajes y este humilde servidor con su maravilloso ejemplar de pastor alemán nos íbamos a cruzar con ellos fue la siguiente: «no os acerquéis a ese perro porque no lo conocemos y no sabemos si muerde». Mire usted señora, para empezar no es un perro, es una perra, pero eso es algo que le puede pasar a cualquiera y se puede perdonar, lo que no le voy a perdonar es que usted vaya con un perro más grande que el mío suelto, que además lleve a sus niños también sueltos, y tenga semejante grado de soberbia y falta de educación y respeto por el resto de las personas que vamos por la calle, es decir, que usted, señora, es un poco, o bastante, tonta.
Seguramente si esta señora hubiese estado paseando de esta guisa por Alcorcón, un señor muy amable vestido de azul o fosforito o como sea que vistan los agentes municipales allí, le hubiese entregado un recordatorio de color rosado para recordarle que los perros no van sueltos por la calle. Pero claro, es el pueblo, y aquí yo hago lo que quiero, pero ojo que tú no puedes hacer lo mismo porque yo soy más idiota, y tengo preferencia.
Y al final estas cosas van degenerando en cosas más gordas, que llevan a que la convivencia en los pueblos, tan tranquilos todo el año, sea cada vez más insufrible en las épocas vacacionales.
Un saludo.
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