2 de abril de 2014
No es la primera vez que escribo sobre este tema, ni será la última, porque en un país de pandereta como el nuestro, donde todo es fachada y poco se respeta, tampoco es de extrañar que incluso los representantes de la ley hagan lo que les salga en gana, como estar estacionados en doble fila a las 8 de la mañana en una avenida principal, como la calle Ruiz Picasso, hora nada concurrida por los ciudadanos que vamos a pasar el día a nuestros lugares de esparcimiento laboral, arrancar con parsimonia cuando han terminado de establecer el plan de uso y defensa de los príncipes y princesas de Asturias, que sin haber jurado el cargo en este humilde reino campan a sus anchas por aquí, no sé muy bien a suerte de qué, porque no dejan de ser meros paseantes aquellos que rehúsan de sus dinásticos títulos, y quiero pensar que estaban planificando las cosas, aún cuando estaban lejos de su destino, de cualquier comisaría y enfrente de un bar, porque no me rindo a las evidencias.
Y en esta situación tan idílica, el conductor de la 11-U-25, a las órdenes de quien fuera o fuese, ha decidido, sin ningún tipo de señal prioritaria que indicase su urgencia, sin ningún tipo de prisa en la ejecución de la maniobra que explicase lo atrevido de su acción, saltarse el semáforo en rojo que hay delante de un paso de peatones, pasear sobre dicho paso, saltar por la mediana y realizar así el cambio de sentido que el resto de gente de bien de esta patria tenemos que hacer en la siguiente rotonda, tras esperar los dos o tres semáforos que hay (según decida el tranvía, esperas más o menos semáforos).
Confiando en la profesionalidad y buen hacer de estos agentes desde quiero (de nuevo) enviarles un mensaje: las normas de circulación son para todos, y los pasos de cebra (y los parques, y las aceras…), cuando no hay prisa, que entonces lo comprendo perfectamente, para los peatones.
Un saludo.
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