16 de febrero de 2012
Estoy viendo el telediario y veo que le van a dar un premio al responsable de educación vial de la Policía Local de Teruel, reconociendo de este modo la labor desempeñada desde que empezó en 1991.
Y viendo esto me he acordado del día en que un servidor, junto a sus compañeros de quinto de primaria, allá por la primavera de 1996, visitaron el parque de educación vial que la Policía Local de Zaragoza tenía (creo que ya no lo tiene) cerca del Auditorio. Aquello era como una pequeña ciudad, con calles, pasos de peatones, semáforos, señales y carriles por todas partes. A los jovenzuelos se nos dividía en grupos, unos eran peatones, otros iban con bicicletas y otros con karts, y nos íbamos turnando cada cierto tiempo para poder pasar todos por esos tres grupos. Como puedes suponer, lo que más queríamos todos era montar en el kart, y como podéis imaginar, también era la parte en la que el profesor que había allí estaba más pendiente de nosotros, pero no en la forma en que debía, si no en la forma en que rozaba la impertinencia.
Este señor tan majo nos criticó a todos y cada uno de nosotros por ir con un pie en el acelerador y otro en el freno. Claro, era un kart, no tiene plataforma para poner el pie en ninguna parte, simplemente lo dejas reposando sobre el pedal y cuando es necesario frenas, pero aquel señor no debía entender el sistema. La cuestión es que nos saltábamos giros obligatorios, pitábamos en los pasos de cebra para que no cruzaran los peatones, nos saltábamos los cedas el paso y aquel señor no nos advirtió en ningún momento de que eso no había que hacerlo, pero eso sí, ojo con rozar durante más de 10 segundos el dichoso pedal del freno…
Cando volvimos a clase, como es de suponer, los deberes para el día siguiente estaban bastante claros: redacción sobre la experiencia. A los once años los niños, como es de imaginar, hacen las redacciones del colegio tal como les han enseñado: todo muy bonito, todo muy bien, «qué bien lo pasemos», etcétera. Pero una redacción es algo más, es la oportunidad de expresarte, y yo no me podía callar la soberbia impertinencia de aquél señor, y así lo dejé bien clarito en mi redacción: todo muy bonito, todo muy bien pero el profesor era un poco pesado con sus quejas injustificadas. Y el resultado de mi expresión de libertad, de pensamientos, de sentimientos, fue un anticipo de lo que la vida nos depara a todos cuando nos hacemos mayores: acostumbrado a tener un «muy bien» en todas mis redacciones, conseguí un fantástico «regular» por mi crítica subjetiva pero no por ello no justificada, puesto que expuse mis motivos para hacer aquella crítica.
Y así es, señores, como en este mundo siempre se tiende a reprimir cualquier tipo de aspiración a que una persona pueda expresarse como tal, procurando enterrar cualquier tipo de atrevimiento desde bien pequeños, para que así todo sea muy bonito y todo vaya muy bien, porque ya se sabe, dichoso el ignorante.
Un saludo.
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