José Luis, el ciego de la ONCE
Al lado de mi portal tengo una garita de la ONCE, en un punto estratégico: a la puerta de un Mercadona y del Restaurante Berges. En ella se pone José Luis. Ahora, con el buen tiempo (igual que en primavera), prefiere estarse fuera, pero si no raro es el día en que no ocupa su silla dentro de la garita. Marido y padre, es una persona alegre. Siempre sonriente, siempre rodeado de gente. No hay vez que pases junto a su garita y no esté hablando con alguien, todos le tenemos aprecio.
El único defecto que se le puede achacar es que nunca da un cupón que toque, pero es igual, yo le sigo comprando cupones. «Tranquilo que nos tiene que tocar» me dice cada vez que voy. Seguramente en otra situación pasaría de seguir echando 1,50 euros a un saco sin fondo, pero sólo por compartir un rato con él os aseguro que vale la pena. José Luis no es ciego, está ahí porque tiene un tumor cerebral del que ha sido operado varias veces. Todos sus amigos han fallecido ya por la misma enfermedad.
A veces sales de casa, vas por la calle con tus problemas, o viendo los del resto de la gente, pero ahí está él, sonriente, y seguramente con muchos más problemas que cualquiera de nosotros, pero le da igual, tiene algo que nosotros todavía no podemos apreciar: saber que la vida es corta, que cualquier día se termina y que tenemos que aprovechar cada minuto. Durante el verano, cada tarde, se sienta en la terraza del bar a tomarse un cubata y a fumarse un puro. ¿Cáncer de pulmón? Seguramente no le cogerá. Y entre tanto, a disfrutar. Supongo que con ciertas lecciones de la vida se aprende a valorar las cosas que en otras circunstancias obviamos o incluso criticamos.
Hoy le he comprado un cupón a José Luis, y no me tocará, pero es igual. Seguramente esta semana le volveré a comprar otro.
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