26 de septiembre de 2010
Fundada en 1713, el principal objetivo de la Real Academia Española ha sido el dictar reglas encaminadas a la unificación del idioma español en todos los lugares en los que se habla. Como es de suponer, esta labor no es nada fácil, puesto que debido a la gran extensión por la que se reparten los hablantes de este idioma, en cada uno de los lugares el paso del tiempo ha dado lugar a variaciones, algo totalmente comprensible. Ahora bien, parece que esta institución, lejos de limpiar, fijar y dar esplendor, se ha propuesto destrozar a base de bien nuestro rico idioma.
Siempre me ha resultado muy chocante que algo como el laísmo y el leísmo estuviese bien visto por parte de la Academia, y en cambio algo en lo que mucha gente mete la pata, como la conjugación del verbo totalmente irregular andar, sea fuertemente criticada. Pues tan mal está una cosa como la otra, y si los hablantes de ciertas zonas, como los madrileños, tienen un problema con los laísmos y leísmos, sintiéndolo mucho, por muy bien visto que esté por parte de la Academia, que en el fondo no dejan de ser sus paisanos, me temo que hablan un poco mal.
Y con pequeñas cosas comenzó el declive de la limpieza y fijación del idioma., cuya máxima caída se produjo el día que estos señores decidieron que para unificarlo, nada mejor que empezar a meter todas las palabras y verbos de los países de Latinoamérica. Pero vamos a ver, señores, ¿no sé dan cuenta de que su función es, en cierto sentido, la de «legislar» todo cuanto tenga que ver con el español? Tienen que unificar, poner normas, y saber decir que algo está mal. Si para fijar abrimos el saco y metemos todos los vulgarismos que se nos antoje, la limpieza y el esplendor se van al traste, y eso es lo que ha pasado. Ahora resulta que conjugar un verbo como un argentino es aceptable en Valladolid, pues qué bien. Si quisiera saber cómo conjugan los tiempos verbales los amigos de Paraguay, no se preocupen ustedes que ya me compraría el diccionario de su Academia, o uno de voces, que toda la vida han existido y siempre los han desprestigiado (quién no recuerda a María Moliner y su gran obra).
Total que un servidor va y busca la palabra gilipollas, que lleva años en su recopilación, y va se encuentra con que es mejor utilizar la palabra gilí. Pero por favor, ¿gilí? ¿Encima con tilde? Guárdense estas cosas para el 28 de diciembre, que son bromas de mal gusto.
Pero ya llega el colmo de los colmos. En Aragón, donde en otros tiempos se hablaron otras lenguas hoy desaparecidas, de las cuáles el español actual se nutre desde su nacimiento. Pues bien, hoy en día en esta región se siguen usando resquicios de aquellas lenguas, y tenemos nuestras palabras, igual que en otros partes de España usan las suyas propias (y no, no me refiero a catalanes, vascos ni gallegos, entre otros), y como algunos ya sabréis, últimamente estoy utilizando bastante la palabra chipiar, que viene a decir que han caído chuzos de punta y te has calado hasta los huesos (si no entiendes algo de esto, consulta el diccionario, y si no vienen estas expresiones verás que realmente hay un problema grave en la RAE). Bueno, pues las dos únicas acepciones del verbo chipiar que figuran en el diccionario provienen de El Salvador. Mira que Aragón está cerca de Madrid, a tiro de piedra, y se me van a buscar el significado al otro lado del charco, y encima ni se parece a lo que significa aquí… Buena fijación sí, y buena limpieza también, gracias por su trato degradante una vez más en 300 años. Y luego resulta que la palabra chirimiri sí que está, olé, olé y olé.
Pues nada, que se metan ustedes su diccionario por donde les plazca, y gracias por destrozar el español de una forma tan descarada. Un saludo.
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