25 de febrero de 2008
Bueno, ya tardaba en escribir de mi reciente viaje a Praga, capital de la República Checa, ¡así que allá voy! He de reconocer que el viaje al final se hizo un poco pesado, bueno, más que el viaje, el desplazamiento entre Praga y mi casa… Salimos de Zaragoza el día 16 a la 1 de la madrugada en un autobús hacia Barcelona, y llegamos a la ciudad condal a eso de las 4:20, mala hora, porque hasta las 5:00 no abren la estación de tren. De allí nos desplazamos al aeropuerto utilizando la línea de cercanías C-10, que por los diversos problemas que han tenido (esos dichosos agujeros…) resulta que es gratis, así que fuimos hasta el Prat con el patrocinio de Renfe. Nuestro vuelo salía a las 10.30, así que hubo que hacer tiempo hasta su salida.
Con 10 minutos de antelación llegamos al aeropuerto de Praga, y tras una breve espera para juntarnos todos los que formábamos el grupo (viajábamos con un viaje organizado de atrápalo.com), el guía nos condujo hasta el autobús que en los días sucesivos nos trasladaría a los distintos lugares a visitar. Puesto que aún era pronto, esa tarde estuvimos viendo el centro de Praga con una gratificante temperatura de 8 grados bajo cero (las visitas a las tiendas con calefacción se hicieron imperativas). Cuando llegó la noche nos fuimos al hotel, y a la hora de la cena pudimos degustar el menú que deleitaría nuestros paladares las noches siguientes: rollitos de jamón con philadelphia, rollitos de queso con philadelphia y tomate con philadelphia, aparte de una carne con salsa que tenía pinta de ser las sobras de cada día, que las iban mezclando con la salsa. Como postre unos bizcochos, iguales por dentro, pero distintos por fuera.
En el primer día oficial del viaje conocimos a nuestra guía definitiva, una chavala muy maja que era de allí pero que llevaba dos años viviendo en Gran Canaria (es lo que tiene vivir en un país como la República Checa, que las expectativas de futuro son más bien nulas como no salgas «con los pies en polvorosa»). Ese día vimos el centro de Praga, con su reloj, barrio judío, puente de Carlos, etc. y comimos en un restaurante a base de cosas desconocidas, pero que por lo menos sabían bien. Por la tarde nos dedicamos a disfrutar de la heladora temperatura por la zona hasta que volvimos al hotel para después ir al río Moldava, donde un barco nos esperaba para recorrer el cauce de noche mientras cenábamos. Hay que reconocer que fue la mejor cena (claro que sólo cenamos ahí y en el hotel). Pero por lo menos había cosas identificables, como pollo empanado, ensalada **con aceite de oliva**… Y de postre un gran surtido de galletas y pasteles.
El segundo día fuimos a ver el castillo de Sternberk, el cual yo más bien diría que es un palacio, puesto que difiere bastante de nuestro concepto de castillo. Es curioso, porque el dueño vive dentro, en una parte separada del la que se puede visitar
. Como estampa resaltar el río helado que rodeaba el castillo en uno de sus costados. Por la tarde vimos el castillo de Praga, que tampoco tiene mucho de castillo, puesto que es como una especie de recinto amurallado con distintos edificios, como la catedral, la cancillería o la sede del gobierno, donde vive el primer ministro. Comimos en el recinto, a base de comida otra vez no identificable, pero que sabía bien (debe ser que con el hambre y el frío cualquier cosa sabe bien). Por la tarde algunos integrantes del grupo nos quedamos en la ciudad y el resto volvió al hotel. Los que nos quedamos nos fuimos a tomar un capuccino que estaba delicioso, y luego cogimos el metro y el autobús para llegar al hotel. La línea 115 era la que unía la parada de metro con el hotel, y el conductor era un expiloto del París Dakar, o al menos eso parecía, porque la tartana aquella de 25 años de antigüedad dejaba atrás a cualquier Audi, BMW o Skoda (viva la fabricación nacional hecha por empresas multinacionales) que intentase ponerse a su altura. La cena de la noche fue sin novedades, con el menú ya citado, pero en la sobremesa echamos una partida de bolos, y en la primera tirada de mi vida conseguí tirarlos todos, qué crack!!
Y ya llega nuestro último día, en el que nos dirigmos a Karlovy Vary (o baños de Carlos, es que el Carlos este no paraba quieto, hizo un puente, balnearios… Para quien se pierda hablo del rey Carlos IV). Karlovy Vary es una ostentosa ciudad llena de hoteles y balnearios, y tiendas muy muy muy pero que muy caras, y donde se hace uno de los festivales de cine más famosos del mundo. Situado en el fondo de un valle, entre montañas, se extiende paralelo al río que lo atraviesa. Allí compramos obleas, limas de cristal, pendientes de granates, etc. La carretera hasta Praga es mala con ganas, de doble sentido y muchísimo tráfico, pero bueno, llegamos sanos y salvos. Por la noche degustamos nuestra última cena en el hotel: nos sorprendieron con mortadela con philadelphia y patatas medio cocidas medio fritas…
Y quinto día, regreso a Barcelona, viaje patrocinado por Renfe a Sants y… No puede ser, es el día 20, ¡hoy inauguran el AVE! Así que tuvimos que probarlo: un lujo, caro, pero se va de cine. Teníamos la llegada a Zaragoza a las 19:51, salimos de Barcelona a las 18:00 puntuales como un clavo, y llegamos a la ciudad de las obras a las 19:40.
A ver para cuándo el próximo viaje.
Comentarios recientes