El precio de una vida: 250000 euros
Desde que empezó el drama de los refugiados de Siria, se está dejando ver la verdadera cara de la Unión Europea en temas humanitarios. Aquella unidad de países creada sobre las bases del entendimiento, la paz y la libertad, se ve hoy recrudecida a unos férreos poderes que no dudan en utilizar las herramientas a su alcance, fraguadas durante tantos años con buenas intenciones, para defender sus intereses y provocar el desagravio hacia aquellos países vecinos y, por qué no decirlo, rivales.
Una guerra establecida en los despachos de Bruselas, con la nada desestimable colaboración de los pesos pesados de la Unión, y que como todas las guerras se está cobrando víctimas desde el primer día. En primer lugar nosotros, los ciudadanos de la unión, quienes por una mala gestión estamos viendo mermados nuestros derechos y libertados en pro de fantasmas, mientras los que gobiernan gozan cada vez de una creciente impunidad y libertad de actuación, nunca vista antes, o quizá sí, porque la historia como bien es sabido se repite, pero el ser humano olvida fácilmente. Comportamientos similares en planteamientos, aunque seguramente no en formas, tengo la impresión de que ya se vieron en la década de los 30 y 40 del siglo XX.
Y el colofón de esto lo pone la última propuesta de la Unión Europea en relación con estos refugiados: el precio de un ser humano. ¿Y la cifra? 250000 euros. Ese es el precio de un refugiado. Quien los tenga, se libra de él, como antes se libraban de la mili los que podían eludirla con dinero, o podían comer carne durante la Semana Santa por idéntico motivo. Y los que no, los pobres, a aguantarse. ¿No prodigaban que éramos hermanos? ¿No nos dijeron que en Europa no habría fronteras? Promesas enterradas por los egos e intereses de sistemas y medidas que han reventado los pilares fundamentales, aquella ilusión, con los que aquellos hombres visionarios, provenientes de una guerra, de las de verdad, establecieron el germen de lo que llegó a ser esta unión, y que hoy ya no es.
Nos espantamos de la trata de blancas, del tráfico de seres humanos en oriente o en África, del de niños, y en el fondo, este comportamiento tan inherente a la propia raza humana, no es si no un mal endémico que nos afecta a todos, haciendo que al final el instinto se superponga a la razón. Deberíamos ser nosotros, los europeos, los que diésemos esa lección al mundo, y en cambio, lo que hemos conseguido es tasar la vida humana, y encima dormir tan tranquilos.
Recuerdo el sueño aquel de ser europeos, no aragoneses (en mi caso), ni españoles (que también), nada menos que europeos. Siglos de guerras y luchas exterminados por el buen hacer y la buena intención, y todo echado a perder por el egoísmo y el dinero.
Y tú, ¿qué piensas?
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