23 de marzo de 2009
Hace ya casi 50 años, si no me falla la memoria, que el Ayuntamiento de Zaragoza decidió transformar la salida de la carretera de Logroño de la ciudad, N-232, en una calle, dándole el nombre de Avenida de Navarra.
Comienza en la Avenida de Madrid y su final está difuso a la altura del antaño famoso nudo de Sicione. A lo largo de la misma hay viviendas y otros equipamientos. Comienza como una avenida más, con bloques de viviendas a izquierda y derecha. Los vecinos de la zona aún recordarán el olor a los turrones Doravent que se fabricaban aquí, o la fábrica de galletas que había un poco más adelante. Conforme avanza su paso, dibujando una curva hacia la derecha en la distancia, los bloques de viviendas desaparecen.
A la derecha el antiguo Mercado de Pescados, ahora convertido en Centro Cívico y cerrado por reformas. Un poco más adelante, en ese mismo lado, el solar que hasta hace unos años ocupó el cuartel del regimiento de Ferrocarriles, y que hoy contempla desolado, y a veces ocupado provisionalmente como parking, cómo las promesas incumplidas de una Expo y varios ayuntamientos no acaban de llegar.
Justo enfrente del solar callan cerradas las cocheras de los autobuses Cinco Villas, ahora trasladados a la Estación Intermodal, mamotreto blanco que se ve desde la avenida (hasta que lo tapen con más bloques edificados sin ton ni son) y al que se accede por el nuevo trazado de la Calle Rioja, que antes ocupaban los almacenes de Transportes Ochoa. Minúscula, delante del gigante blanco, la estación de Caminreal ve cómo ha cambiado todo a su alrededor. Desde ahí nuevos espacios se abren hasta el final de la avenida, donde un nuevo bloque de cemento rompe el horizonte. En la otra acera aparecen las viviendas salpicando el desnivel que lleva al Parque del Castillo Palomar y a la Bombarda.
Parece que fue ayer cuando aún estaban los gitanillos por esas parcelas, en las que los antiguos trabajadores de Renfe guardaban sus cosas, algunos incluso vivían en la vieja estación, y los perros corrían por la hierba que ahora crecía en los antiguos terrenos de Tudor. Y es que igual ya nadie se acuerde, pero toda la plaza que hoy hay delante de la Estación Zaragoza Delicias, sus aceras, sus nuevas calles, todo eso está edificado en los terrenos de la antigua fábrica, cuyos anuncios aparecían en la trasera de las guías telefónicas, y cuyos muros aún podían verse hasta que empezaron las obras de la nueva estación.
Y aquí sigue la avenida, estancada en el tiempo, con sus aceras alquitranadas, a veces rota su monotonía por algún repertorio de baldosas. Parece que quisieran probar a ponerlas pero ninguna convenciese, claras, oscuras, resbaladizas… Total para que vuelva a aparecer el asfalto, que al menos no resbala.
Tierra de enfrentamiento entre distritos, cuando interesa de Delicias, cuando no, de la Almozara, cuyos vecinos saben bien que son de las Delicias por más que se diga, pero luego a la hora de la verdad ni unos ni otros luchan por esta calle.
Recorrida por los autobuses 25, 26 y 27, y un trozo por el 42, vio primero cómo el 26 desaparecía para siempre de la numeración de TUZSA. Pero a cambio le hicieron un favor: pusieron un 51 que la unía al centro cada 10 minutos. Sus moradores no tendrían que trasladarse nunca más hasta la Avenida de Madrid para poder coger el autobús, pues esperar el 25 era de locos. El 27 también se esfumó. Al final, el 25 dejó de llegar por aquí, pero le cambiaron los números y apareció un 52 que seguía siendo tan impuntual como su antecesor. Hay cosas que nunca cambian. Y al final llegó una broma macabra más de tantas que se la han gastado: se quitó la línea 51, y ya sólo el viejo 25, camuflado bajo su nuevo nombre de 52, sigue fiel a sus carriles.
Carriles abundantes, tres en cada dirección, de los que por desgracia mayormente sólo se pueden usar dos, pues al olvido del transporte público, de las aceras, de los jardines… se unió el de las plazas de aparcamiento, y la triple fila invade su calzada. Resulta difícil imaginar cómo sería la circulación si no hubiese tanto problema de aparcamiento.
Y aquí sigue, conduciendo a los vehículos que se van hacia Logroño, y a los que vienen hacia el centro. Miles de personas cada día que la recorren a pie, en coche o en bus. Pero cada noche, cuando el tránsito de la ciudad aminora, se queda a solas con aquellos que le hacen compañía, sus vecinos, los mismos que padecen la falta de árboles, de zonas verdes, de aceras en condiciones, sin parches de asfalta, los que sufren el ruido día tras día y noche tras noche de los coches que van y vienen, de los que no pueden salir de su aparcamiento porque, tras dos horas de dar vueltas, otro vecino se ha cansado de buscar un hueco donde dejar su vehículo y les ha aparcado en doble fila.
Y sigue olvidada de las juntas vecinales de Delicias y Almozara, que sólo la nombran cuando les conviene. El resto del tiempo la olvidan. Tal vez llegue un día en que el Ayuntamiento que decidió crearla piense que ya es hora de volver a darle un lavado de cara y adecentarla para equipararla al resto de las calles de la ciudad, de dejarle lucir su grandeza de avenida y permitirle guardar sus coches en condiciones, de darle color y un toque de naturaleza, que los árboles nunca están de más, y deje que sus vecinos puedan utilizar un autobús decente para moverse por la ciudad sin que pase de largo por la calle de atrás (línea 51).
Comentarios recientes