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Indecencia y falta de empatía, o cómo no gestionar una crisis

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30 de abril de 2021

De todos es sabido las difíciles circunstancias que venimos viviendo por el Covid19. La última decisión tomada por el Gobierno de Aragón, ha sido ni más ni menos que el confinamiento de la comarca más extensa de Aragón, porque en tres municipios (y sobretodo en uno de ellos), se han excedido los límites admisibles de contagios, y la cosa está desbocada.

Lejos de tomar medidas correctoras y actuar en los focos de infección (reuniones privadas), lo que se ha hecho es, en primer lugar, dilapidar la economía de los pequeños municipios, y en segundo, alentar a que se sigan haciendo estos contactos, dando vía libre a toda la comarca para que el virus corra por ella.

Una medida insensata e inexplicable, que ha hecho que municipios que no tienen ni un sólo caso positivo (algunos no han tenido desde que empezó la pandemia), estén ahora confinados junto a otros con tasas que superan el miliar de contactos por cien mil habitantes.

Un despropósito de libro guines, ante el cual los responsables sanitarios, en la ostentosidad que les viene caracterizando, son incapaces de reconocer el error, y menos aún de pedir disculpas. Tampoco rectifican, es más, mienten deliberadamente diciendo que hay un contagio comunitario, ¿en una extensión de más de 3000 kilómetros cuadrados? ¿Con una densidad de 10 habitantes por kilómetro cuadrado? Pues nos merecemos un premio por conseguir un contagio así.

No, esto no es así. No tienen ni idea de lo que es el territorio. Les importa más bien poco, como se viene viendo, la vida de las personas en su más amplio sentido. Tienen la desfachatez de no responder a los responsables públicos cuando se dirigen, con reiteradas quejas, por los cauces oficiales. Y encima se indignarán por declaraciones como esta, si es que llegan a leerla.

Es un ejercicio de falta de diligencia a la hora de gestionar digno de libro de historia. Señores, seamos serios. Si dictan normas basándose en datos no objetivos, limitando gravemente derechos fundamentales, dejan de tener toda la credibilidad de la que hacen gala, consiguiendo que la norma no sea respetada ni cumplida por el ciudadano de a pie.

Sería un paso digno, que no van a dar, que reflexionen y que de forma inmediata levanten el confinamiento perimetral de las Cinco Villas, confinando en todo caso los núcleos, y ojo, digo núcleos, no términos municipales (que es otra cagada monumental que han hecho, y encima repiten), que estén realmente afectados.

Así, señores, no. Así no.

La inexistente higiene de las cestas de supermercado

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15 de abril de 2017

Cestas de supermercadoSeguro que esta situación te resulta familiar: entras al supermercado de tu barrio, coges una cesta de la entrada, de las cajas o de donde haya, y empiezas a hacer la compra felizmente, depositando en esa cesta todos los productos que están en tu lista, entre los que con toda seguridad hay comida.

Esos productos, que echas a esa cesta confiando en que el resto de la gente hace lo mismo, y que por tanto poca cosa mala puede pasar. Productos envasados cuyos envases están en contacto con la cesta, y que por tanto entran en contacto con toda la porquería que esa cesta tiene dentro.

¿Y cuáles son las condiciones de higiene de esas cestas? ¿Se limpian alguna vez? ¿O simplemente las renuevan de ciento a viento y con eso ya se justifican? Y aún si se limpian, ¿qué más da? No sé si te has fijado alguna vez, o más bien si has caído en la cuenta, pero esas cestas que se van arrastrando por todo el supermercado, luego se apilan unas sobre otras, por lo que la superficie que ha estado recogiendo bichillos de todo el suelo entra en contacto con el interior de la cesta sobre la que se introduce al apilarlas. Y por si no fuera poco, seguro que más de una vez has visto a algún padre arrastrando una cesta con un niño dentro, convenientemente calzado con zapatillas que a saber por dónde han pasado.

Y todos los productos van ahí dentro: yogures, queso, embutido, pan, bollos, agua… Y por mucho que lleven envases, esos envases luego van a estar en tu nevera, la encimera de tu cocina, o el mantel de tu mesa…

Con todas las medidas sanitarias que se están exigiendo a los pequeños comercios, carnicerías, fruterías o bares de barrio, resulta cuando menos chocante que sanidad no se haya fijado en algo tan simple como esto.

Sorpresas previstas

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10 de noviembre de 2016

Parece que el mundo está algo revuelto: vuelve a gobernar Rajoy, Trump gana las elecciones… Situaciones que de entrada parecen poco deseables, y sin embargo, son la realidad. ¿Por qué?

Pues como la gran mayoría, no lo sé. Así que voy a lanzar mis reflexiones, porque ante una respuesta desconocida, hay que sentarse y pensar, y lanzar ideas al aire. Sólo así, dialogando, podremos ver la luz en esta oscuridad que parece que se cierne sobre nuestras cabezas. Read more →

Esa sensación de sentirte como un gilipollas al ser cliente del Banco Santander

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4 de octubre de 2016

Pues sí, así es como me siento, como un gilipollas. Antes de herir sensibilidades vaya este apunte por delante:

gilipollas
1. adj. malson. Esp. Necio o estúpido.
Apl. a pers., u. t. c. s.

Hace unos años abrí una cuenta en Ibanesto, una cuenta azul, para más señas. De aquella que exprimía naranjas y sacaba zumo azul, en referencia a su claro competidor. La cuenta, dentro de las limitaciones carcas del Grupo Santander, no tenía comisiones y era remunerada.

Pasaron los años y el Banco Santander decidió que Banesto debía pasar al recuerdo, así que liquidaron la entidad, y mi maravillosa cuenta azul mutó en una suerte de cuenta roja, y aplicando la originalidad y pericia de gente con más imaginación que la tuya y que la mía, mi cuenta pasó a ser de Isantander. Maravilloso, todo seguía igual: sin comisiones y remunerada.

Y siguió pasando el tiempo, y fueron bajando los intereses, y mi dinero se fue esfumando a otras cuentas que daban un poco menos de pena. Y esta cuenta mutó, a otro tipo de cuenta que nunca supe qué era, porque nuevamente alguien decidió que era hora de matar el resquicio que quedaba de Ibanesto, y ya tocaba cargarse esa I, y pasar directamente a Santander. Así que tenía una cuenta del Banco Santander, sin comisiones, y, aunque poco, remunerada. Toda una maravilla, algo increíble, utópico más bien. Read more →

La educación y respeto que ya no queda

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19 de julio de 2016

«No hay que tirar cosas al suelo». ¿Cuántas veces has oído esta frase a tus padres cuando eras pequeño? ¿Y en la escuela? Seguro que muchas. Es una cuestión de educación, pero de la educación del día a día, de la que da la vida, la que te da la familia, el que cada uno tiremos o no cosas al suelo, aunque bien es cierto que en ocasiones esta actitud puede estar marcada por el ámbito social.

Te voy a poner un ejemplo: en este país siempre ha habido la costumbre, en los bares, de tirar todo al suelo, junto a la barra. Daba igual lo que fuese: servilletas, palillos, sobres de azucarillos… Todo al suelo. Poco a poco esta costumbre va desapareciendo y cada vez hay más recipientes en los bares donde tirar estos residuos, pero si se da el caso de que vas a un bar que no tiene dónde tirar esto, al final no te queda otra que tirarlo al suelo. Y es que en los bares que tienen esta costumbre es difícil cambiarla, porque aunque dejes el sobre del azucarillo en el plato del café, seguramente el mismo camarero lo tirará al suelo cuando recoja el plato para fregarlo.

Pero esto es una situación muy concreta, y que se da en lugares muy concretos también. En general, en la calle, la de todos, no deberíamos tirar nada, entre otras cosas porque cuidar lo que es de todo el mundo debería ser una prioridad para cualquier persona.

La cuestión es que el otro día iba con el coche por una calle de Zaragoza, de un único carril, y me topé con una botella de lejía que alguien había tirado, imagino que vacía, y que se podía esquivar con cuidado, pero podías cogerla fácilmente. No voy a entrar en el hecho de tirar esto a la calle, pudo ser un descuido de cualquiera, pero lo cierto es que había bastante gente por allí, y todo el mundo veía el envase amarillo chillón sobre el asfalto negro, pero nadie lo cogía. Mientras continuaba de camino a mi garaje iba tomando nota mental para que al volver caminando no se me olvidase cogerla y tirarla al contenedor que estaba justo al lado, pero algo me impidió hacer esto: una señora bastante mayor, con su bastón, y cierta dificultad para agacharse, cogió la botella y la tiró por el contenedor.

Y mientras un servidor miraba por el retrovisor la hazaña de esta señora, y cómo pasaba desapercibida para el resto de los comunes que habitaban la rúa en esa hora, felices en su autocomplaciente visión de sus maravillosos ombligos, sin que les llamase la atención el envase vacío en medio de la calle, recapacitaba sobre cómo se ha perdido la educación y respeto hacia los demás, hacia lo de todos, poco a poco.

Lo único que cabe preguntarme es si alguien la hubiese recogido de encontrar un Pokémon sobre la botella, o simplemente hubiesen seguido con lo suyo.

Un saludo.

El precio de una vida: 250000 euros

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5 de mayo de 2016

Desde que empezó el drama de los refugiados de Siria, se está dejando ver la verdadera cara de la Unión Europea en temas humanitarios. Aquella unidad de países creada sobre las bases del entendimiento, la paz y la libertad, se ve hoy recrudecida a unos férreos poderes que no dudan en utilizar las herramientas a su alcance, fraguadas durante tantos años con buenas intenciones, para defender sus intereses y provocar el desagravio hacia aquellos países vecinos y, por qué no decirlo, rivales.

Una guerra establecida en los despachos de Bruselas, con la nada desestimable colaboración de los pesos pesados de la Unión, y que como todas las guerras se está cobrando víctimas desde el primer día. En primer lugar nosotros, los ciudadanos de la unión, quienes por una mala gestión estamos viendo mermados nuestros derechos y libertados en pro de fantasmas, mientras los que gobiernan gozan cada vez de una creciente impunidad y libertad de actuación, nunca vista antes, o quizá sí, porque la historia como bien es sabido se repite, pero el ser humano olvida fácilmente. Comportamientos similares en planteamientos, aunque seguramente no en formas, tengo la impresión de que ya se vieron en la década de los 30 y 40 del siglo XX.

Y el colofón de esto lo pone la última propuesta de la Unión Europea en relación con estos refugiados: el precio de un ser humano. ¿Y la cifra? 250000 euros. Ese es el precio de un refugiado. Quien los tenga, se libra de él, como antes se libraban de la mili los que podían eludirla con dinero, o podían comer carne durante la Semana Santa por idéntico motivo. Y los que no, los pobres, a aguantarse. ¿No prodigaban que éramos hermanos? ¿No nos dijeron que en Europa no habría fronteras? Promesas enterradas por los egos e intereses de sistemas y medidas que han reventado los pilares fundamentales, aquella ilusión, con los que aquellos hombres visionarios, provenientes de una guerra, de las de verdad, establecieron el germen de lo que llegó a ser esta unión, y que hoy ya no es.

Nos espantamos de la trata de blancas, del tráfico de seres humanos en oriente o en África, del de niños, y en el fondo, este comportamiento tan inherente a la propia raza humana, no es si no un mal endémico que nos afecta a todos, haciendo que al final el instinto se superponga a la razón. Deberíamos ser nosotros, los europeos, los que diésemos esa lección al mundo, y en cambio, lo que hemos conseguido es tasar la vida humana, y encima dormir tan tranquilos.

Recuerdo el sueño aquel de ser europeos, no aragoneses (en mi caso), ni españoles (que también), nada menos que europeos. Siglos de guerras y luchas exterminados por el buen hacer y la buena intención, y todo echado a perder por el egoísmo y el dinero.

Y tú, ¿qué piensas?

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